sábado, 27 de agosto de 2011
Consejos de navegación
jueves, 18 de agosto de 2011
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miércoles, 10 de agosto de 2011
Ideas trasnochadas de una llegada
Pero luego he conocido el estrés, el de verdad. Odio los aeropuertos. Barajas, concretamente. Es deshumanizador, tanto acero y cristal y tanta gente perdida y desamparada. Casi me da un algo.
No todos son así, he de ser justa. El aeropuerto de Oslo es manejable, y el de Bergen pequeño y acogedor, con todos los letreros bien puestos, y puedes saber con un solo vistazo dónde empieza y dónde acaba, por dónde salir a fumar y volver a entrar si quieres algo de la cafetería.
Creía que sabía lo que era un momento duro, pero me equivocaba. Es duro despedirse de las personas a las que se quiere, es duro dejarlas ir y que te dejen marchar, es duro llegar tras un día agotador y querer ir a un supermercado o conectarte a Internet para decirle a todos que estás bien, y no tener las claves de acceso. Puedo decir con el orgullo de mi juventud y enarbolando mi bandera de inexperta de la vida que venía acojonada, triste y que nunca lo he pasado peor.
Entonces he logrado llegar a la Fantoft, mi residencia, que en realidad es un conjunto de edificios (si esto tiene recepción aún no la he encontrado... sólo he encontrado una cocina con diez españoles dentro y uno destilando vino, y el sitio del wifi que va y viene). He llegado arrastrando las maletas, o tal vez las maletas me arrastraban a mí, y he conseguido girar la llave. El número de la habitación era 352 y estaba escrito con boli debajo del número 350. "Qué raro", he pensado.
Al entrar, me encuentro con una chica tan sorprendida como yo. Se llama, digamos, Helena, es griega, tiene 22 años y hace las prácticas de odontología aquí. Es mi compañera de cocina y de baño, y ahora mismo estará durmiendo y espero que no oiga el tecleo.
Le cuento a Helena un poco de dónde soy, qué hago con mi vida, cómo he venido a parar aquí y que me habían dicho que esta era mi habitación. Se ha mostrado sorprendida porque no la habían avisado. Acto seguido, me enseña la cocina, el baño, mi armario y mi cuarto (todo genial menos el baño, que es muy raro y minúsculo, pero aquí son todos así). Y este ángel griego ha cogido y me ha dicho: "Oye, seguro que tienes hambre, voy a hacerte la cena".
Y me ha salvado la vida.
Así que tranquilas y dejad de llorar, (y de hacerme llorar a mí con los emails y los privados, jo) y sabed que he venido a parar a un buen sitio.
Nos ha comentado un veterano (colega del que destilaba el vino) que este año somos demasiados españoles, y tendemos a ser gregarios con los de nuestra cultura cervecera. Los noruegos que vienen a la residencia son de primero de carrera. Madre mía, nos los vamos a comer... creía que el objetivo de la Semana del Mentor es lúdico-didáctico, pero más alcohólico que lo anterior.
Y todos los viernes hay fiesta en el club Fantoft. Así que de llorar nada, joder.